La suave brisa corría por las tranquilas calles de Boston. Los verdes no eran suficientes para disimular la gran cantidad de energía calórica emitida por la fusión producida en el sol. Era el verano de 1898. Junto con mi familia, disfruto de estas vacaciones.
Mi nombre es Aurora. Soy chilena, aunque hablo bien el inglés o por lo menos, eso dicen. He estado viajando constantemente entre Chile y Boston, desde pequeña, pero sin duda mi corazón está en Chile. Mi apariencia es como la de cualquier muchacha de 18 años de la aristocracia chilena. Mis ojos son verdes. Mi tez blanca. Tengo cabellera larga y rizada color castaña y 1 metro y 72 centímetros de estatura, lo que me encanta. Soy demasiada alta, para el común de la gente. Si me preguntan sobre mis gustos, generalmente, visto vestidos de lino con detalles bordados, aunque debo confesar que mis preferidos son los tonos pasteles. Mi personalidad… simplemente puedo decir que es como un reactor nuclear. Siempre controlada. Tal vez mi principal característica. Me considero una persona tranquila.
Por aquellos días, nuestra mansión, en su interior se asemejaba a una bomba termonuclear, por lo que yo siempre solía dar un paseo por los jardines. Este año, mi madre, la señora Regina Rodriguez – como siempre la llamé, más bien, molesté- no me acompaña. Esta en chile. Me escribe constantemente. Nunca perdemos ni perderemos la comunicación. Se preocupa por “informarme” de los trabajos de reparaciones de nuestra casa en Chile, que quedo devastada por las torrenciales lluvias y fuertes vientos del pasado invierno. Una verdadera bomba atómica, así puedo describir el crudo invierno chileno. Obviamente, en sus escritos, me informaba de lo que acontecía en la vida chilena, aunque, claro, poco me interesaba saber sobre la “vida social”.
A los días de haber llegado a Boston, por la tarde salí a recorrer aquellas tranquilas calles. Camino. Ahora pienso en las temporadas pasadas ¡MATÍAS! Mi amigo de la infancia. Cómo no recordar su compañía, sus bromas, su simpatía y carisma, su cariño. En esos años éramos apenas unos niños, que disfrutaban de la vida. Siempre juntos. No sé como llegué a este lugar. Mis pies a veces me traicionan. Estoy frente a la puerta de su casa. Su madre me recibe. Matías no está. Ella me cuenta que está en un viaje de estudios por Europa. ¡Como me gustaría estudiar y viajar! Pero en Chile, para mí, eso no es posible. Continúo con mi paseo. Ahora busco otro panorama. Camino en dirección a la laguna, rodeada de un verde paraje, con altos y frondosos árboles, algunos de ellos son frutales. Llegué a la laguna. Me llama la atención aquel árbol. Quiero descansar bajo su sombra y embriagarme con su cítrico aroma de naranja. ¡Me encantan las naranjas!
Desde aquí puedo observar todo a mí alrededor. Esta laguna no tiene, ni necesita, masa crítica eólica. Escogí una rama. Tiene tres deliciosas naranjas. Cogí una. Para mi sorpresa, se produjo una reacción en cadena. ¡Una lluvia anaranjada!. Era una verdadera lluvia de naranjas sobre mí.
Con la naranja en mi mano y después de ella lluvia frutal, me senté bajo la abrasadora sombra de este árbol. Desde siempre visite esta laguna; cuando pequeña traía conmigo mi muñeca adorada y jugabas tardes enteras en este hermoso lugar, rodeada de colores y sobre todo, verde. Sin duda, han pasado varios años desde ese entonces. Cierro mis ojos.
Frente a mi hay un muchacho alto, de tez blanca, ojos color marrón y cabellos castaños y cortos. Viste un elegante traje negro. Se ve muy guapo. ¿Pero, si no es Diego?
Me levanto del costado del árbol rápidamente. Aun permanezco con la mirada confusa. Lo primero que pronuncio es: Diego Domínguez, sin poder, aun, dejarlo de mirar a los ojos. Se mirada también se encuentra clavada en los míos. Él me responde. Sigo desconcertada. Estoy soñando. Aún lo ve frente a mí. Es real. ¡ES DIEGO! No tengo la más mínima idea de que hace aquí y mucho menos me atrevo a preguntárselo.
Sin poder saber cómo ni por qué estamos sentado bajo el árbol, conversando. Este año su familia decidió salir de vacaciones fuera de Chile, para tomar nuevos aires y con un propósito claro: conseguir nuevos negocios y rumbos comerciales. Mientras Diego me habla, yo siento como si miles de kilos de TNT estallan dentro de mí.
Que hermosa se ve la laguna y más aún con Diego a mi lado. Solo puedo pensar que esto es una “coincidencia” de la vida y ¡que coincidencia! Increíble. Genial. O como dicen por acá “nice”. Desde que visitaba la laguna, nunca me había llevado una sorpresa tan grande.
El silencio se torna eterno. Diego contempla las cristalinas aguas desde cerca. Supongo. Cierro los ojos. Diego esta frente a mí y con gran ternura acerca su mano derecha hacia mí y me regala una linda rosa blanca. Aun no puedo articular alguna palabra, solo atino a mirarlo con ternura. Me sonríe. Mi mano por fin se decide a coger esa rosa, poco a poco acerco mi mano a esa flor, la distancia es cada vez más pequeña. Ambas manos se juntan.
Creo que escucho mi nombre. ¿Quién me llama? Esa voz me acaba de despertar. Sí, me quede dormida. Era solo un sueño. Un lindo sueño. Pero, ¡qué gran imaginación tengo! Miro a mi lado. No, no está. Siento que mi corazón sufre una fisión. Todo ha sido una ilusión.
Aun me llama esa voz. En mi rostro se refleja mi tristeza. Me levanto. Observo hacia la dirección de donde proviene esa voz. Solo logro apreciar una silueta. Esta demasiado lejos aún. Se acerca. ¡Es Diego! De vacaciones en Boston. Veo su hermosa sonrisa. Mi rostro cambia su expresión. La felicidad no la puedo ocultar. Me es imposible no dejar escapar una sonrisa…
By Dirgnithý !
1 comentario:
Me gustó el final :O
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